Solamente escribiendo, siento que digo lo que pienso.

jueves, 22 de abril de 2010

Textos de Jorge y cuadros

Una piedra había caído en el pozo. El pozo era mi alma joven.

Cuando odiamos a un hombre, odiamos en su imagen algo que se encuentra en nosotros mismos. Lo que no está dentro de nosotros mismos no nos afecta.




La vida continúa, procesando momento a momento como un reloj de arena, y dándole a cada uno su propio espacio, su propio peso, su propio contenido, pero todos los granos de arena son de la misma esencia.

El amor no debe pedir ni tampoco exigir. Ha de tener la fuerza de encontrar en sí mismo la certeza. La mayoría ama para perderse.



El miedo no es sino la más pequeña parte de este sentimiento de abandono que me cubre.

El tiempo pasa tan deprisa que en un suspiro caben todos los sueños.


Quiero querer vivir sin ataduras ni tormentos. El sentimiento tiene un límite, y cuando el límite se sobrepasa, el sufrimiento es tan inútil como una gota de agua en medio de un gigantesco fuego; desaparece, se evapora en cuestión de segundos. Todo tiene su final. Hasta nosotros mismos que un día pensábamos ser inmortales. Y, sin embargo, no somos nada ni nadie, sino simplemente formamos parte de algo, inconcebible por nuestras mentes tan oblicuas, pero ese algo es también predecible, y algunos logran vislumbrarlo, y cuando intentan explicarlo con palabras para que aquellos que no lo ven lo descubran, rompen el sueño y el suave cristal de resquebraja, quedando amontonado todo en una montaña cortante de sangre y temor.



Ahora estoy perdiéndome a mí mismo entre los recuerdos de mi pasado abrasador. Ruego poder amar de verdad y no dejar que el pasado me cautive. Ruego ser respetado y respetar. Ruego recibir lo que yo dé, y en armonía seguir viviendo. Pido a Dios que me ayude y me otorgue el sabor de la calma y una nueva oportunidad. Pido salir de la corrupta sabiduría del hombre y penetrar en los confines infinitos de su celestial reino, ¡Oh Dios mío!, concebido para salvarnos de este mundo material y destructivo, hecho por la gracia de los hombres, así como un día fue hecha la Luz. Sufrir y soportar hacen la virtud del ángel.




Descubrí el gusto de la muerte
y es amarga, tan amarga
como el dolor del nacimiento,
pero es hermosa por ser incierta
y renovadora.


jueves, 15 de abril de 2010

Cartas entre Jorge y su madre

Mi querida Mar me dio la idea de publicar la carta que Maribel, madre de Jorge, escribió a su hijo hace tiempo. Ella la ha ido incorporando en varios comentarios, pero es tan hermosa y emotiva, que merece un sitio de honor en este blog.

Entre las muchas cartas a su madre y familia que aparecen en el libro de Jorge, me he permitido escoger la que ahora publico porque es la mas tierna y amorosa. Creo que es bueno dejar hablar ahora al hijo y a la madre.

Gracias a todos los que alimentáis este blog con tanto cariño y respeto.

Sofía




Querida madre María Isabel:
                                                                                                    19 de Julio de 1998

Soy tu hijo Jorge, el que te salió más vulnerable y débil de los tres que has tenido. Verte sufrir estos días me hizo creer que mejor sería que Dios me llevase con Él. Quizás tengáis razón, y yo no quiera dejar las drogas, pero lo seguiré intentando.

Si por alguna razón muero, quiero que sepas que te admiro más que a ninguna otra persona de este mundo y, aunque te cueste creerlo, me has enseñado cosas tan importantes que siempre llevaré conmigo esté donde esté.

Tengo tanto miedo a vivir, que voy a buscar a ese Dios del que tantas veces me has hablado. Cuando lo encuentre, sólo tendrás que mirarme a los ojos para saber que Él está conmigo como lo está contigo. Os quiero tanto a todos que me entristece pensar en esta desunión que nos rodea, pero también sé que mi padre es el mejor padre, y que mis hermanos son los mejores hermanos, pero tú eres la más especial, y quiero pedirte perdón por el dolor que te he causado. Jamás lo hice con maldad.

Si ahora vuelvo a marcharme, estaréis conmigo siempre. Si por alguna razón desaparezco, os haré saber, tarde o temprano, dónde estoy y cómo me encuentro. Pero estad tranquilos, porque creo que esto difícilmente sucederá. Tengo mucho que conseguir, mucho por lo que luchar, y si llega algún día especial que todos esperamos, todo este dolor habrá valido la pena.

Tu hijo,
George W. Brown


Carta a mi querido hijo Jorge
Recordando un día 5 de mayo del año 2005

Querido hijo: Aquí estoy a los pies de tu tumba, en un día soleado, (religiosamente llamado mes de Maria, mes de Las Flores).

Hoy hace dos años que te fuiste en plena flor de tu existencia. El campo está a rebosar después de la lluvia caída en estos últimos días, y el sol calienta ya lo suficiente como para aligerarnos de las pesadas vestimentas del invierno; aunque el alma, por el resto de mi vida, continuará vestida con el luto riguroso de los recuerdos.

Cuando vinimos aquélla noche a Sotillo para preparar tu entierro, el viento arreció con furia, y parecía como si los árboles fueran a arrancarse de cuajo. ¡Que tristeza Jorge, aquel trayecto en esa lúgubre noche, habiendo tenido que dejarte en tan inhóspito lugar, donde abren en canal a quienes han tenido la fatalidad de morir de una forma fuera de lo normal. No hay palabras que puedan describir el sentimiento de impotencia y dolor, sabiendo que pasarías esa noche sin compañía alguna.

Todos salimos en caravana hacia el pueblo para prepararte el lugar donde tu cuerpo reposaría por última vez. Ahora si, por fin habías logrado coger ese sueño tan profundo que tanto ansiabas. A las seis de la tarde del día siguiente ya te habíamos preparado la sala del Tanatorio como si fuera tu propia casa.

De una noche dantesca pasamos a una primavera radiante. Recogimos flores silvestres del campo que colocamos en búcaros de barro y cobre. Del cuarto trastero, bajamos todo lo que pudimos encontrar: tu paleta de pintor todavía con el olor reciente de todas tus mezclas de colores. Cambiamos los cuadros que colgaban de las paredes por los tuyos y colocamos fotografías, algunos juguetes, tus recuerditos... todo, para que te sintieras abrigado y no te sintieras solo.

Llegó el furgón con tu cuerpo que colocaron frente a nosotros separados por una vitrina de cristal. Estabas envuelto en una especie de sudario de seda blanca con las manos cruzadas sobre tu pecho donde te puse un crucifijo y el rosario que tantas veces habíamos desgranado tu abuela y yo pidiendo un milagro. Tu pequeño habitáculo transitorio comenzó a llenarse de coronas de flores. La sala, quedo realmente muy acogedora. Pero si me dolió inmensamente una cosa: no haber podido contemplar tu rostro mientras te velábamos, pues tu tía Tochi dijo que sería mejor cubrirlo porque estaba amoratado. Entonces cogí el pañuelo de tu amigo Miguel y te tape con el. Si pude al menos darte el último beso sobre tu rostro gélido y de nuevo contemplarte y comprobar que te habías dormido como un niño recién nacido. Cerraron la caja y a hombros te llevaron tus dos hermanos y alguien más hacia la iglesia donde te ofrecimos una misa. Después, todos en procesión bajamos andando hasta el cementerio donde por última vez te dijimos adiós.

¡Cuantos adioses, a lo largo de nuestras vidas! ¿No es cierto Jorge? ¡Y cuantas lágrimas de vuelta a casa ya sin ti, cada vez que te dejaba en la estación Sur para regresar a Lisboa después de tus visitas relámpago. ¿Y quien nos iba a decir a los dos que este sería el último de ellos?

Me mandaron a dormir y nadie absolutamente nadie se quedo velándote. Todos nos fuimos pues a la mañana siguiente teníamos que dejar tu cuerpo bajo tierra. Luego, pasado el tiempo, me dolió no haber estado consciente de nada. Me manejaron como si fuera una marioneta, y lo que mas hubiera deseado es haberme quedado a velar tu cuerpo toda la noche. ¡Otra vez solo mi niño! Aún no me podía creer que ya no estabas en este mundo. Solo tu hermano David bien entrada la madrugada estuvo contigo durante dos horas llorando amargamente junto a tu féretro, en esa noche que debió ser para él, una de las más tristes de su vida. El hermano que jugó contigo, se sintió desmoronado quizás añorando esos momentos de la infancia cuando todo es juego, risas, y diabluras de niños... Posiblemente también sintió no haberte dado más abrazos...

¡Hijo de mi alma! ¿Qué puedo decirte hoy que me duela menos que ayer? Nada, porque el mismo dolor sigue ahí, agazapado, escondido, disimulado, disfrazado de una entereza que es ficticia, sólo de cara a los demás. Pero aquí entre los dos te confieso que lo que mas me consuela es poder venir al cementerio y sentarme sobre esta losa fría de mármol que cubre tu cuerpo, pues sentada sobre ella, pienso que puedo dar calor y alivio al tuyo tan repleto de heridas... Me inclino y te digo bajito que te quiero, que te echo de menos muchísimo, y que volvería de nuevo a vivir todo el dolor que sufrimos los dos con tal de tenerte otra vez a mi lado. ¿Qué es lo que falló en tu recuperación Jorge? ¿Qué hicimos mal? ¿Qué hicimos mal?

Quiero invitarte a que gocemos juntos de esta tarde tan preciosa, tan especial. Mira como las nubes se van desplazando sobre nosotros en el cielo. Son rosas, violetas, amarillas, azules, grises, anaranjadas... Esos mismos colores que tú dejaste plasmados en tus cuadros. Parece como si el cielo nos estuviera haciendo un homenaje con este atardecer. Los pájaros enloquecidos trinando sin parar, vuelan entrecruzándose por encima de las copas de los altos cipreses que te dan sombra, y parece como si fueran a chocar entre si. Y para colmo, mira este gatito que se ha incorporado en este momento. Está sentado justo enfrente de mí, y no se mueve. Nos mira como entendiendo lo que pasa. No me lo puedo creer. Es demasiado hermosa la escena. Sin poderlo remediar, de pronto un sin fin de lágrimas serenas resbalan por mis mejillas. Siento una profunda emoción dentro de mí. No sé porque me viene una imagen muy entrañable de aquéllos pequeños arroyitos que aparecían al principio de cada primavera sobre las praderas de nuestra querida "puerta del sol" cuando íbamos de paseo por la finca del Hoyo. Nada tendría que ver este recuerdo con mis lágrimas, pero ha surgido de repente, y simplemente me ha gustado recordarlo y compartirlo contigo.


Aún sintiendo esta pena en mi corazón que me ahoga por dentro, contemplando tanta belleza, desde este lugar sagrado donde reposas, percibo la caricia de consuelo que me envías. La seguridad de que estás conmigo de otra forma, me hace ver tu sonrisa traviesa y seductora que nos hacía resplandecer a los dos cuando todo iba bien. ¡Qué momento tan tierno, estamos compartiendo los dos en este mismo instante. Tan mágico, tan único, tan nuestro!

Es ya la hora de irme cariño mío. La tarde se va apagando lentamente, y los pájaros que antes revoloteaban tan ruidosamente, han debido retirarse a sus nidos para descansar de tanto alboroto. Las primeras estrellas comienzan a aparecer. Un airecillo, suave, pero fresco, ha empezado a levantarse, y de pronto me fijo en mi falda de campana color violeta y me quedo ensimismada contemplando el oleaje de la tela movida por el viento. Qué insignificante este detalle y, sin embargo, qué grandioso me ha parecido. Qué felicidad poder sentir el aire filtrándose por mis pulmones.

De pronto me siento sorprendida por otro oleaje de sentimientos que me invaden y no puedo resistirme a dejarme llevar por ellos, bajo esta luz apacible que va desvaneciéndose poco a poco, dejando paso a la penumbra de la noche.


Echo la última mirada a estas montañas que te rodean como si quisieran protegerte, y no puedo dejar de exhalar un hondo suspiro. ¡Qué majestuoso es todo lo que contemplo! La tierra, “nuestra tierra”, donde aprendiste a dar tus primeros pasos, tus primeros juegos, en aquéllos veranos interminables; la trilla en las eras, el olor a pinos y a jara, el panal de miel de Leonardo, los destellos de la luz de la luna, el olor a corrales y estiércol… Por ende el invierno con la Navidad, montando el belén, avivando el fuego de la chimenea contando mil cuentos… A veces la nieve. ¡Parecía un sueño!

Comenzando el otoño, las praderas se empapaban de agua después de una tormenta, y recuerdo tu impaciencia por salir a chapotear con tus botas de goma en cada charco que veías. ¿Cómo no ibas a gestar en tu alma todo ese amor hacia la poesía al contemplar tanta belleza? ¿Cómo no sentir nostalgia de todos esos momentos?

Todo lo que amaste, está aquí, a tu lado, acompañándote en tu eterno descanso.

Volveré mañana, y estaremos juntos de nuevo recordando tantas cosas.

Tu amiga del alma Kitty vino una tarde a traerte un gran ramo de rosas rojas, cuyos pétalos desprendidos, pronto emprendieron el vuelo con los primeros vientos del otoño.

No temas mi vida. El sol te dará abrigo mañana y los cipreses sombra. Los pájaros cantarán para ti. El gatito, ya no va a dejarte, pues te ha cogido cariño, y cuando yo no esté te hará compañía.

Ahora te dejo mil besos sobre tu nombre esculpido en el mármol, y otros mil sobre tu cuna de roble. Hasta mañana mi amor, que sueñes con los ángeles y nada temas, pues estoy siempre contigo.

Con todo el amor, tu madre
Maribel



Fotos con sus hermanos en la finca de la que habla su madre en la carta. Otra foto de la puerta del sol, también mencionada en la carta, en la que aparece con su prima Eva.






jueves, 8 de abril de 2010

Frases sueltas extraídas de los diarios de Jorge

La esperanza, hoy más que nunca, ha salido de su hielo transparente y, aún con este frío de noviembre, ha podido entrar en la morada de mi conciencia. En la ambigua elevación siento el inmenso poder de estar y la magia de ver.

Mi invulnerabilidad me inquieta y mis ganas de vivir me desencantan. Después de todo, el todo está más cerca de mí que nunca, y en el grito vacío de gemidos expulso el dolor de mi confusión.


He sentido la fuerza de las estrellas movientes y el grito del alma a la oscuridad del misterio de la noche.
 
Quiero aislarme en algún lugar entre las montañas, estudiar, pintar, cantar mis mudos gritos, mi silencioso dolor, y encontrar una paz temporal durante un infinito momento de esta aventura que me espera.

Mi alma está intranquila porque siente la angustia de un mundo que se derrumba.

Destruid aquello que os aprisiona. Salid danzando al fuego y encontraros con las salamandras para olvidaros de vuestra triste receta de tristeza.

Cuando no creemos en nosotros no estamos siendo nosotros. Deshazte para reconstruirte. No importa el tiempo que emplees. Encontrarás tu templo antes de caer una vez y otra quizás, pero al final lo hallarás para morir en él. Olvídate del mundo que absorbe. Sumérgete en las aguas del mar. No abandones el camino. La lucha es tenaz. El amor hace perseverar.


Somos únicos e inmortales porque en realidad solamente somos uno que se refleja.


Después de comprender el misterio, dejaremos nuestras pieles suavemente sobre las piedras que nos arrojamos en aquellas primeras y últimas batallas. Tenderemos, uno a uno en el único destino.




Me expreso con la ilusión de un niño.
Soy un duende contador de historias.
Pasé del infierno al cielo
porque supe construir mi propio puente.
Con mis dos manos
escarbé la tierra y el aire.
Al elevarme permanecí.
Al caer
fui eterno
y comencé el presente.


Es difícil encontrar la paz si antes no has conocido la tempestad. No puedes escapar a tu dolor pues, si lo haces, la falsedad de tu vida no podrá distinguir entre sonrisas o lágrimas y la confusión te extenuará hasta la muerte.


Quiero vivir sonriendo, borrar las lágrimas heredadas, y ser yo mismo. No quisiera convertir mi piel en un escudo protector. Quiero sentir el dolor a través de mis poros, porque el dolor el la máxima expresión del hombre. Un dolor purificante, una sacra flagelación muda en sus sordas palabras. Los años al pasar dejan la huella del espacio. Las huellas marcan las líneas de nuestra piel. Las líneas son la figura del dolor que arrastramos desde los tiempos de la Atlántida.